TODOS TIENEN LA OPORTUNIDAD DE CREER EN JESUCRISTO
Lucas 10: 21-24
Introducción:
El Señor Jesús siempre mostró tristeza ante la incredulidad que encontraba en muchos, aún de los líderes religiosos que servían a Dios en el templo. Aunque suena contradictorio, pero esa fue la realidad que él enfrentó, como está escrito: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Pero también mostró regocijo por aquellos que creyeron a la palabra de Dios y en él (v.21). La fe no es ciega, es la incredulidad originada por la soberbia del hombre la que no permite poder creer y se extravían de la fe. La Escritura dice: “…Se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necio” (Rom.1:21-22).
Cuerpo:
v. 21. Las reveló a los niños. Así comparó a los que con humildad creían en él y recibían la palabra de Dios. Jesús llamó a sus discípulos a ser como niños con respecto a Dios. Apeló al carácter de un niño, su inocencia, que muchos equivocadamente lo relacionan con: Ignorancia o debilidad. Por eso la palabra de Dios dice: “Lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte” (1Cor.1:27). El Señor no se goza de los que sufren; por eso con regocijo, dijo: “Yo te alabo, oh Padre…porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó”. ¿Dios está en contra de los sabios? ¡No! Está en contra de la soberbia que los esclaviza, extravía y los ciega del camino a Dios.
v. 22. Aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. La palabra de Dios es clara al decir que: “Dios no hace acepción ni distinción de personas”. La palabra de Dios es predicada a todos, sin embargo, la condición es que hay que recibirla con humildad ¿Qué significa esto? Que el hombre reconozca su pecado y maldad para que pueda proceder a un genuino arrepentimiento. Ningún médico puede proporcionar un medicamento a un enfermo, sin antes descubrir el mal. Jamás un hombre podrá tener un genuino arrepentimiento sino se da cuenta de su estado malo. El problema del sabio y del entendido es llegar a creerse que todo lo puede hacer y que no necesita de nadie, y que, lo que ha alcanzado es debido a su gran cerebro y astucia y no da gloria a Dios. Mientras el humilde, reconoce a Dios y le da gloria en todos sus caminos. Entonces, en la soberanía de Dios, él revela su conocimiento a los que abren su corazón reconociendo genuinamente su necesidad ante Dios: “…Nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; ni quien es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. En este punto es donde muchos, que dicen que han creído en Jesús, han errado, así como muchos predicadores, a los cuales la palabra les señala como ciegos.
v. 23-24. La Bienaventuranza de los que creen en Jesús. Los siervos de Dios del Antiguo Testamento, que profetizaron acerca de la venida del Mesías, desearon ver esos días, desearon estar ahí. Es la expresión acertada de Jesús, al decirles a los que había y han de creer en él: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no l oyeron” (v.23-24) ¡Cuántos aprovecharon la presencia de Jesucristo desde grandes maestros y ricos, hasta pobres e indigentes! Pero otros, en la soberbia de su sabiduría y entendimiento, no pudieron ver en Jesús la realidad, la verdad de Dios. Muchos líderes, como: El Sumo sacerdote, el rey Herodes y el gobernador Pilatos; lo tuvieron en sus manos, tuvieron la oportunidad al hablar con él frente a frente, como habló Moisés con Dios; pero la incredulidad y su envanecimiento de sus razonamientos oscurecieron sus ojos para no poder ver en Jesucristo su salvación. Una historia, que se ha venido repitiendo hasta el día de hoy. La Biblia dice, que está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.