EL CREYENTE EN LA MENTE DE DIOS DESDE ANTES DE LA FUNDACION DEL MUNDO

Efesios 1: 3-14

Introducción:

En el tema anterior habíamos hablado del propósito de la carta a la iglesia, que era para alentarla a fortalecer la fe para proseguir en el propósito de Dios.

Ahora, empieza con un tema, que no debería ser controversial: La predestinación. Es la base que ocupa el apóstol Pablo para decirnos que, Dios: “Nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (v.3).

El cristiano ha recibido una salvación segura, debido al sacrificio expiatorio, perfecto y eficaz realizado por nuestro Señor Jesucristo: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (v.7).

El creyente debe saber y estar seguro que su salvación no dependió de él en sí, ni es de pura casualidad, sino: “Según su beneplácito (de Dios), el cual se había propuesto así mismo, de reunir todas las cosas en Cristo” (v.9-10).

Cuerpo:

v.11. Predestinados conforme al propósito y según su voluntad. Según el verso 11. Dios marcó al creyente con un final ya definido: Para ser herencia de él y para tener herencia de  la vida eterna. De tal manera, que el apóstol Pablo dice en la carta a los romanos: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Quién es el que condenará?  ¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. Y por eso, nos dice: “Por lo cual estoy seguro que ni la muerte, ni ángeles, ni potestades, ni ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús” (Rom.8:33-39).

v.4-5. Escogidos y predestinados para alabanza de su gloria. Aquí se revela el plan y el propósito de Dios:

v.4-Nos escogió para que fuésemos santos y sin mancha, es decir, un pueblo apartado para Dios, un pueblo especial y distinto a los demás pueblos.

v.5-Habiéndonos predestinados para ser adoptados hijos suyos, es decir: De una criatura que se extravió a un lugar que no le correspondía (advenedizo), fuimos rescatados y adoptados al lugar que ahora gozamos. Por medio de Jesucristo, es decir, gracias a la oportuna intervención de Cristo, que nos compró con su sangre al ofrecerse en el sacrificio; según el puro afecto de su voluntad. Dándonos el gozo de la vida eterna, siendo nuestra muerte, si esta llegara, una transición a la eternidad.

v.6-10, 12. Para su gloria. Todo esto, para ubicarnos en un alto privilegio delante de la presencia de Dios: No para ser sus bayonetas, sino para darnos un lugar alto de privilegio, el venir a ser para la alabanza de su gloria (V.12).

Satanás comprendió lo que Dios había dado a los hombres, y en su celo egoísta, su envidia llevó a que la corona de la creación de Dios fuese ensuciada y contaminada por el pecado; engañando a Eva y a Adán de que comiendo del fruto del árbol, serían como su Creador, es decir, como Dios. ¿En qué pecaron? En concebir, por engaño de Satanás, que Dios es mentiroso y por ende, se rebelaron contra él, creyéndole a Satanás; despojándolos así de su alto privilegio que tenían entonces dentro de la creación (Gén.3:10-11. Leer desde el verso 1 hasta el verso 15).

Por eso vino Cristo, para que el hombre fuese reivindicado, de venir a ser un advenedizo, fuese rescatado y salvado. Para que tuviese ese grado de honor de venir a ser alabanza de la gloria de Dios, como está escrito:

“¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?

 “Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra” (Salmo 8:4-5, 3).

v.13-14. Sellados y garantizados para nuestra herencia eterna. El Espíritu Santo, en su papel que juega dentro de la salvación del hombre, también  fue dado al creyente como una garantía (Las arras) y como propiedad (Al ser sellados) de que somos de Dios y herederos de la vida eterna. En el camino ¿podemos perder lo que se nos heredó? No; pues, dice: “De nuestra herencia hasta la redención de la posición adquirida, para alabanza de su gloria” Esto lo garantiza el sello y las arras, es decir, el Espíritu Santo en la vida del creyente.

Con mucha propiedad nos habla el apóstol Juan sobre los que se extravían en Cristo, al decir: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1Juan 2:19) O el caso de Judas, que dice las Escrituras: “Y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la escritura se cumpliese” (Juan 17:12 Leer: Hechos 1:25).

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